Escribieron los que conocieron aquellos tiempos, que en el Jardín del Paraíso, bajo el Árbol de la Sabiduría, crecía un rosal con una única flor. En el seno de aquella flor había un huevo rojo del que nació el Ave Fénix: su plumaje poseía todos los colores del arco iris, su vuelo era majestuoso y su canto tenía la propiedad de inspirar a las almas y brindarles la belleza más sublime.
Pero cuando Eva cogió el Fruto del Árbol del Bien y del Mal, y se lo ofreció a Adán, una de las chispas de la espada flamígera del ángel que los expulsó del Paraíso cayó sobre el nido y le prendió fuego, abrasando a la pequeña Ave Fénix. Sin embargo, al instante, un nuevo huevo rojo apareció de las cenizas, y el Ave Fénix resurgió.
Fue el Ave Fénix quien inspiró a Gonzalo de Berceo cuando los campesinos se acercaban a las plazas públicas, en los patios y salones de los castillos para escuchar narraciones de labios de los juglares. También revoloteó sobre Don Juan Manuel, sobrino de Alfonso X, cuando éste dio vida al conde Lucanor y escribió páginas enteras de leyendas y cuentos.
Dante, Petrarca y Bocaccio también fueron visitados por el Ave Fénix, y su vuelo cerca de ellos provocó infiernos, teatro y excesos, que deleitaron a humanistas, nobles y vasallos. Los trovadores difundían el genio, que se debilitaba y enriquecía a partes iguales, al pasar de boca en boca. De oriente a occidente, de norte a sur, todos los lugares eran conocidos por el Ave Fénix.
De la mano del Renacimiento, e inspirados por el Ave del Paraíso, Garcilaso de la Vega, Santa Teresa y San Juan de la Cruz compartieron con el mundo sus obras. La imprenta dio alas a las páginas abanicadas por el Ave Fénix, y éstas fueron capaces de recorrer toda Europa, e incluso volar más allá de sus fronteras.
El crítico Barroco, Quevedo y Góngora. Lope de Vega y Calderón de la Barca,...y cientos, quizá millares o millones de hombres y mujeres que sintieron en sus corazones la necesidad de expresar lo que clamaban sus almas. En todos ellos se aprecia el poder del vuelo del único ave capaz de resurgir cada cien años de sus cenizas, impoluto, incólume, para renovar la belleza de la naturaleza humana.

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